sábado, 21 de febrero de 2015

El joven médico que va a erradicar la segunda enfermedad humana

Hay un par de fotografías históricas que dejan claro que la humanidad, cuando quiere, puede superar en bondad y poder a cualquiera de los dioses adorados por las 4.000 religiones diferentes que existen en el mundo. La primera imagen muestra al cocinero somalí Alí Maow Maalin, de 23 años, con el cuerpo lleno de úlceras. En la segunda foto, tomada unos meses después, aparece el mismo joven pero sonriente, con sus heridas sanadas. Alí Maow Maalin fue, el 26 de octubre de 1977, la última persona que se infectó de manera natural de viruela, una enfermedad que llegó a matar a más de medio millón de personas al año, incluidos cinco reyes europeos solo en el siglo XVIII. Gracias a una campaña de vacunación masiva, la viruela fue la primera, y única hasta la fecha, enfermedad humana erradicada de la faz de la Tierra.
“Técnicamente es posible que veamos la foto del último enfermo de pian en 2017”, sostiene el médico español Oriol Mitjà. En el mundo rico, la palabra pian no dice nada. Pero en las regiones remotas de algunos países tropicales es una peste que azota donde se acaban los caminos, allí donde los médicos son como seres imaginarios de los que hablan los más viejos. El pian es una enfermedad olvidada provocada por una bacteria, emparentada con la sífilis, que sin tratamiento deforma los huesos, deja las piernas como lunas en cuarto menguante y llega a borrar, literalmente, la cara de las personas afectadas, sobre todo niños.
Ahora, el pian, que afecta a unas 500.000 personas, puede desaparecer del planeta gracias a una estrategia que, según se ha anunciado este miércoles, funciona. Un personaje del dramaturgo alemán Bertolt Brecht proclamaba: “Desgraciada la tierra que necesita un héroe”. En este caso, la tierra desgraciada son 13 países de África, el sudeste asiático y el Pacífico occidental, con los que se ceba el pian. Y el héroe es Oriol Mitjà.
En 2010, cuando tenía 29 años, el joven investigador aterrizó en la remota isla de Lihir, en Papúa Nueva Guinea, para trabajar como médico. Llegaba con un premio extraordinario de licenciatura y un máster en Londres sobre enfermedades tropicales bajo el brazo. Al poco de llegar, pasó por su consulta un niño con un síntoma que no había estudiado ni había visto antes en una estancia en India: una úlcera roja en el brazo del tamaño de una moneda de dos euros. Un médico local le puso al día: “Es el pian”.
La enfermedad llevaba olvidada medio siglo. En 1952, cuando había 50 millones de afectados en el mundo, la Organización Mundial de la Salud y Unicef pusieron en su punto de mira al pian con el objetivo de erradicarlo. Iniciaron una campaña de tratamiento masivo con inyecciones de penicilina en 46 países. Doce años después, el número de casos clínicos se había reducido un 95%. Entonces, se decidió relajar el cerco y la bacteria resurgió, volviendo a borrar rostros de niños en las regiones más pobres de los países más pobres.
Mitjà, enfrentado a un enemigo derrotable con un simple antibiótico, decidió no sumarse a la desidia de las autoridades. Junto a su director de tesis, Quique Bassat, ambos del Instituto de Salud Global de Barcelona, se puso a diseñar una estrategia para combatir el pian. Necesitaban un tratamiento más sencillo que un pinchazo de penicilina, una medida que requiere personal médico entrenado y genera miedo entre la población. En 2012, anunciaron los resultados de un estudio con 250 niños en la revista británica The Lancet: con una sola pastilla de otro antibiótico, la azitromicina que en los países ricos se suele emplear para bronquitis y otitis, los chavales con pian se curaban.
Animada por el impulso del español, la OMS decidió retomar el objetivo de erradicar el pian y se fijó como meta el año 2020. Como se necesitan tres años sin casos para dar una enfermedad por extinguida, el último enfermo de pian tendría que ser curado en 2017. Faltaba demostrar que la estrategia de Mitjà funcionaba a gran escala. Y funciona.
Un nuevo estudio que se publica este miércoles en la revista The New England Journal of Medicinemuestra los resultados de una campaña de tratamiento masivo para la mayor parte de los 16.000 habitantes de la isla de Lihir. En solo un año, entre 2013 y 2014, la proporción de enfermos cayó casi un 90%. La presencia de la enfermedad en la población pasó del 2,4% al 0,3%. Y el estudio continúa con seguimientos para llegar a los cero casos.
“Nuestros resultados demuestran que, técnicamente, la estrategia puede erradicar la enfermedad en 2020”, explica Mitjà por teléfono desde Papúa Nueva Guinea, donde coordina el Centro Médico de Lihir, a 48 horas de viaje desde su casa en España. En su hospital, el pian ha desaparecido. Cuando llegó en 2010, el médico novato se acercó a los colegios de la zona para conocer la extensión de la enfermedad que acababa de descubrir en su consulta. Solicitó a los profesores que pidieran a sus alumnos con úlceras que se levantaran. “La mitad de la clase se ponía en pie”, recuerda. Otros, con la cara borrada o los huesos torcidos, ni siquiera querían ir al colegio y se quedaban en casa.
Uno de los desafíos es poner de acuerdo a los 13 países afectados, ya que la campaña debe ser sincronizada para que sea eficaz. Eso significa coordinar a las autoridades sanitarias de países como Costa de Marfil, República Centroafricana, Congo, República Democrática del Congo, Timor Oriental y Papúa Nueva Guinea.

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