Pero ¿en qué se basa el modelo del mundo de un bebé de 11 meses? ¿De dónde han sacado ese conocimiento cuya violación parece despertar su instinto experimental? La interpretación de las autoras es que se trata de un conocimiento que viene puesto de serie, lo que los científicos cognitivos llaman una “física innata”, y que compartimos con el resto de los animales. Cuando un perro coge con la boca la pelota que le has tirado, está exhibiendo su conocimiento instintivo de las leyes de Newton: tiene que calcular la parábola que va a describir el proyectil, y lo hace sin calculadora, y sin siquiera tiempo para usar una.
“Para los niños pequeños”, dice Feigenson, “el mundo es un lugar increíblemente complejo y lleno de estímulos dinámicos. ¿Cómo saben los aprendices en qué centrarse, sobre qué merece la pena aprender más, y qué ignorar? Nuestra investigación indica que los niños usan lo que ya saben sobre el mundo para generar predicciones. Cuando esas predicciones resultan incorrectas, los niños usan esa discordancia como una oportunidad especial para aprender”. Justo como los científicos.
Feigenson deduce también que la motivación última de los bebés no es meramente aprender algo más sobre los objetos que violan sus expectativas, sino llegar a entenderlos. De ahí que los experimentos que hace el bebé con la pelota parezcan diseñados específicamente para la violación concreta de su modelo interno del mundo que la pelota ha parecido ejecutar, como atravesar la pared o desafiar a la gravedad.
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