La médico española Miriam Navarro lleva un parásito tatuado en el tobillo derecho. Es una célula alargada, con un núcleo y un flagelo, ese látigo inquieto popularizado por los espermatozoides. La doctora lo lleva dibujado en la piel, pero su compañera de mesa en un restaurante latino de Madrid, la boliviana Brigitte Jordan, lo transporta en la sangre. Es el Trypanosoma cruzi, culpable de la enfermedad de Chagas. Y no es un caso raro. Si usted ha salido hoy a la calle, posiblemente se habrá cruzado con un afectado. Como Jordan, uno de cada 25 latinoamericanos en Europa porta el parásito en su sangre, según un nuevo estudio.
Jordan habla de su enfermedad con tranquilidad. Cree que se la transmitió su madre, hace 30 años, durante el embarazo en su Santa Cruz natal. Su madre, Karin, de 53 años, debió de infectarse de niña en su pueblo del Departamento del Beni, pegado a Brasil.
Allí, en las paupérrimas viviendas de adobe, es habitual la vinchuca, un insecto asqueroso que se alimenta de sangre humana y vive escondido en las grietas de las paredes. Posiblemente, a Karin le picó en el rostro una noche, durante el sueño. El bicho, conocido también como chinche besucona por su modus operandi, pica y defeca cerca de la herida, dejando los parásitos que lleva en su interior junto a la puerta recién abierta al cuerpo humano. Cuando Karin se rascara, arrastraría las heces hacia la picadura. Es un gesto humano. Tan humano que se calcula que unos ocho millones de personas, principalmente de Latinoamérica, que es donde se encuentra la vinchuca, viven con la enfermedad de Chagas en todo el mundo. Cada año, el parásito mata a unas 10.000 personas, las mismas que lleva aniquiladas el actual brote de ébola en África occidental.
“A mi madre le diagnosticaron el chagas cuando tenía 30 años. Le dijeron que no había tratamiento, que le quedaban 10 años de vida como mucho. Que un día se le pararía el corazón y se moriría”, recuerda Jordan. El parásito al principio es tímido, pero luego se toma demasiadas confianzas. Puede permanecer 20 años invisible, oculto en los músculos del corazón y el aparato digestivo. Hasta que un día empieza a hacer estragos: agranda el esófago hasta que el enfermo no puede tragar, destruye el músculo del corazón hasta generar una insuficiencia cardiaca e incluso llega a provocar la muerte súbita. El 30% de las personas afectadas por el parásito y sin tratamiento sufre un trastorno cardiaco.
El mal de Chagas es una de las 17 enfermedades tropicales consideradas desatendidas, olvidadas, por la Organización Mundial de la Salud, pero está dejando de serlo gracias a personas como Miriam Navarro y Briggitte Jordan. Navarro coordina el programa Madres comprometidas con el chagas en la Fundación Mundo Sano. Hace un año, buscó mujeres latinoamericanas que fueran madres, tuvieran al menos educación secundaria, vivieran con chagas y estuvieran motivadas para contar su experiencia. Encontró a Brigitte, Pepi, Milene y Altagracia, todas bolivianas. Las cuatro trabajaban o habían trabajado en Madrid como empleadas del hogar. Ahora son agentes de salud.
En España, los bancos de sangre se blindaron en 2005 con una norma jurídica que obligaba a analizar a los donantes en riesgo de infección. Francia hizo lo mismo en 2009. Suiza, en 2013. E Italia y Portugal están en ello. Excepto siete países de la UE, el resto tiene agujeros en sus normativas por los que se puede colar el parásito en los bancos de sangre. Los países se lo empiezan a tomar en serio a medida que acogen una mayor población latinoamericana.
No obstante, el problema principal en Europa, según advierte Requena, es la transmisión de la madre al hijo. La mayor parte de los enfermos de chagas, el 60% en España, son mujeres en edad fértil. Y, según encuestas realizadas por la Fundación Mundo Sano, más de la mitad no sabe que el mal se transmite durante el embarazo. El problema es que, en ocasiones, las autoridades tampoco. Los países europeos no tienen ninguna legislación que exija que las embarazadas procedentes de zonas con chagas sean analizadas en busca del parásito, según otro reciente estudio de Requena publicadoen la revista especializada PLOS NTDs. Las únicas excepciones son tres regiones españolas —Cataluña, Galicia y Valencia— y una italiana, la Toscana.
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